lunes, 11 de marzo de 2013

Añoranza

Aquella tarde de verano donde no importaban los cuarenta grados. Aquella tarde que no te conocía, ni siquiera sabía que existías.
Aquella juventud de adolescente cuando no tenía preocupaciones y no muchas obligaciones. Aquél momento en que el verbo madurar se graba en tu piel y más que una obligación se convierte en un reto.
Aquel pasillo de una planta cualquiera donde la brisa del aire acondicionado amenizaba la espera. Aquel momento donde la impaciencia se hace eterna por comenzar algo nuevo.
Aquella espera que hizo que diera dos o tres pasos más y me situara delante de aquel ascensor. Aquellas puertas de metal, de color gris, que estaban cerradas cuando sin esperarlo se abrieron.
Aquellas puertas se abrieron y allí estabas tú. Aquella mirada dulce, esa sonrisa tan risueña, esas palabras tan escuetas, ese temor a lo nuevo, esos nervios del comienzo.
Aquellas primeras palabras que nos cruzamos sin saber apenas nuestros nombres. Aquellos atardeceres de verano donde el cielo se sonrojaba mientras nos perdíamos entre miradas.
Aquel primer beso, ese corazón acelerando cada vez más, palpitando con fuerza cuanto más cerca te tenía. Aquel momento dónde parábamos el tiempo cuando tus labios y mis labios se rozaban.
Aquél momento dónde descubrí que mi madurez comenzaría justo en el mismo instante que te conocí. Aquel instante de aquella puerta supe que contigo sería feliz.
Añoranza. Recuerdos de aquellos días que sin saberlo no eran importantes y lo acabaron siendo. Añoranza, bonita añoranza, al recordar cómo comenzó todo y felicidad, tremenda felicidad, al ver que contigo mis sueños se hacen realidad.

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