lunes, 23 de julio de 2012

Arfe

Hoy vuelvo a mi infancia, hoy vuelvo a la calle donde me hice cofrade. Exactamente al número de aquel edificio que empieza en Arfe y termina en García de Vinuesa.
Hoy le escribo al balcón de la calle Arfe, balcón familiar y cofrade donde cada Domingo de Ramos en torno a las tres de la tarde desfilaban unos nazarenos con túnicas blancas que venían del parque.
Sentado en mi silla de enea y tras esos barrotes a la altura de un tercero contaba desde el primer nazareno hasta el último componente de la banda, mira mamá un estandarte, mira una bocina, mira los ciriales y contaba cada tramo sin ganas de que llegará el último porque esos nazarenos de blanco me traían la ilusión, nerviosismo, alegría y el saber que ya llegaba mi Semana Santa en la calle Arfe.
Al igual que el domingo venía un lunes, martes, miércoles toda una semana entera con el llamador de papel en mi mano derecha y mi reloj en la izquierda y contaba las horas para ver cuál pasaba por Arfe. La Paz, Jesús Despojado, Estrella, San Gonzalo, Las Aguas, Santa Cruz… y un largo caminar de Hermandades que me hicieron ver y saber que la Semana Santa es plural y a la vez singular.
Desde ese balcón con 5 años me sobrecogía cuando me miraba fijamente a los ojos ese Cristo que baja por Mateos Gago cada Martes Santo, era un diálogo eterno entre él y yo. Él me decía que se iba y yo que no se fuera, el me decía que rezara y yo que nunca nos abandonara.
Cuantas revirá he visto de Arfe a Castelar, cuantos golpes de martillo, cuantas levantá, cuantos tramos de nazarenos, cuantas insignias, cuantas túnicas de tantos y tantos colores y cuantos momentos que para mí se quedan.
Hoy le escribo a la calle Arfe, la calle donde me hice cofrade y le escribo a ella como si fuera otra de tantas y tantas de nuestra querida ciudad, en las cuales cada de uno de nosotros se hizo cofrade. Ahí queó.

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